INTRODUCCIÓN, 26 de junio de 2011

Tras haberme dedicado a pintar durante más de treinta años, con cierta nostalgia me adentro hoy en un rincón de mi intelecto en Chile, país que visité por vez primera en 2002 y me di a conocer como escritor exclusivamente. Prendado de la franja andina, al jubilarme en 2004 me establecí en ella, en la Patria de Gabriela Mistral y Pablo Neruda: un hermoso crucigrama de bosques, cráteres y lagos. Traje algunas obras de dimensiones pequeñas y realicé pocos trabajos pictóricos en Chile; pero conservo abundante material ilustrativo de los cuadros dejados en España.
Desde hacía tiempo ya me consideraba más imaginativo en la Literatura que en la Pintura. El estudio, durante la infancia y juventud, de lenguas extranjeras y la lectura de prosa y poemas no sólo en castellano sino en inglés, francés, portugués, italiano, alemán y ruso habían despertado en mí un interés por la creatividad literaria. Surgió un combate, una pugna entre mis tendencias pictórica y lírica, respectivamente. Durante más de veinticinco años, la victoria la ostentaron los lienzos y pinceles, y la Literatura permaneció relegada a un segundo plano como un arroyo de escaso curso en paralelo con un gran río que no acorta su caudal. Por fortuna, entre cuadro y cuadro nunca llegó a secarse el estero poético; al contrario, fue creciendo a través de los años hasta  convertirse en una fecunda corriente que se desbordaba más allá de sus riberas a tal punto que en un momento de mi vida se unió al río de la Pintura. Una vez fundidas ambas aguas, mis instantáneas visuales dejaron de ser traducidas a notas cromáticas y sufrí una metamorfosis; a ella se sumó la imaginativa sinfonía que me venía obsesionando desde el pozo de los sentidos.
Entonces pisé tierra firme, pues me había habituado a dejarme llevar por una corriente en la creencia de que lo mío era sólamente esparcir colores. Había llegado el momento de  reflexionar y liberar la sensibilidad artística, la cual decidió al fin abrazar por entero la Literatura. No puedo omitir que fueron decisivas las siguientes circunstancias: para pintar debía tener al modelo delante; pocas veces lo hacía de memoria a no ser para conseguir los efectos finales de la obra y, sin embargo, con la Literatura yo era capaz de imaginar los escenarios más inverosímiles y reales con personajes de idiosincrasia diversa, y  transplantar todo a una hoja de papel. Resultó fascinante, y a la postre la Pintura perdió la batalla.
A esta mutación contribuyó sobremanera  la iniciativa de irme en 1992 a vivir al campo, cerca de Castilblanco de los Arroyos (Sierra Norte de Sevilla), donde trabajé durante años en contacto directo con la Naturaleza. Cuando mis ojos no oteaban nada para pintar,  vigilaban las manchas caprichosas que yo realizaba a la acuarela. Por supuesto, no me satisfacían tanto como tratar fielmente un rostro o una figura del natural, tarea que no todos los pintores son capaces de asumir con acierto. Además, había  otros inconvenientes: necesitaba espacio, modelos, caballetes, utensilios, tubos de colores, etc. (causa de gastos importantes), mientras que con la humildad de un lápiz  podía expresar con palabras lo que veía o imaginaba a un costo cero y en cualquier sitio.
Al terminar esta introducción, me gustaría añadir que investigué con la acuarela en muchas clases de papel, en ocasiones de baja calidad. Yo los adecuaba mediante procesos de encolado y otros tratamientos; ojalá encuentre en algún cajón las notas que tomé con los resultados. Muchas acuarelas fueron ejecutadas en folios de 75 grs. pegados en cartón, por citar un ejemplo.
Las pinturas de peso en España ya no están conmigo; no obstante, acumulé un ingente número de horas al aire libre y en el estudio para extraer el ritmo de la estática realidad  de un paisaje o una naturaleza muerta; imitar el vaivén de barcas acunadas por las olas; interpretar las facciones y las manos de un modelo que posa o mi rostro escrutador reflejado en el espejo, etc., etc.
Resumiendo, en la bendita soledad de las encinas y alcornoques de Castilblanco de los Arroyos me encontré conmigo mismo y cambié el pincel por la pluma. En verdad no me pesa  ya que el arte de la Pintura como el de la Literatura son dones inextinguibles, son reminiscencias que nunca se diluyen en el espíritu; permanecen hasta morir con él o ser tomadas de nuevo.
No canso más al lector, pero no me gustaría despedir con el olvido al quehacer plástico. Justo es que rinda homenaje a la actividad artística que llenó gran parte de mi existencia presentando en este blog ilustraciones de algunas de mis obras y exposiciones, así como  premios que por culpa de ellas recibí en España.



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